16.9.08

man in black 7 (secuestro en jamaica 1)

El robo tal lo recuerdo empezó exacto a las seis de la tarde del día de Navidad de 1982. Los que estábamos en nuestra casa de Jamaica éramos, además de su servidor, mi esposa June, nuestro hijo John Carter Cash, su amigo Doug Caldwell, mi hermana Reba Hancock, su marido Chuck Hussey, nuestra cocinera y ama de llaves miss Edith Montague, su hijastra Karen, una amiga, Vickie Johnson, de Tennessee, y nuestro amigo arqueólogo, Ray Fremmer.

No teníamos guardias en aquella época. Ni puertas cerrdas con llave. Estábamos en el comedor, una larga y estrecha sala que hace el ancho completo de la casa y está ocupada por una alargada mesa donde veinte personas pueden comer cómodamente.

Nos habíamos sentado a comer, nos disponíamos a decir la oración, cuando entraron de golpe. Un ingreso sincronizado a través de las tres puertas. Uno llevaba un cuchillo, otro un hacha y otro una pistola. Los tres llevaban la cabeza cubierta con medias de nylon.

Sus primeras palabras fueron gritos: "¡Esta noche acá va a morir alguien!". Miss Edith cayó desmayada en el acto.

Nos colocaron boca abajo en el suelo. Miré a June y la vi esconder su reloj y su anillo, y recé para que no la descubrieran. No lo hicieron. Deseé con todo mi corazón que Ray no llevara encima su pistola aquella noche, porque de ser así hubiera intentado algo.

El que estaba armado dijo: "Queremos un millón de dólares o alguien va a morir".

Yo me mantenía muy tranquilo. Me había dado cuenta que para sobrevivir debíamos mantener una actitud calmada y razonable.

Levanté la cabeza y miré al pistolero. "Ya saben que su gobierno no nos permitiría entrar con un millón de dólares en el país, aunque lo tuviéramos, que no lo tenemos -remarqué-. Pero si nos hacen daño, pueden llevarse todo lo que tenemos".

"¡Tienen dinero!", insistió.

"Sí, lo tenemos -dije-. Pero no un millón de dólares". De hecho, teníamos varios miles de dólares en mi maleta bajo mi cama, y naturalmente June tenía sus joyas. Aquellos tipos saldrían bien parados si todos nos manteníamos en calma.

Hasta ese momento, nuestro grupo no lo hacía demasiado bien en ese aspecto. Desna sufría un sonoro ataque de pánico y miss Edith, una vez revivida, empezó a gritar: "¡Voy a tener un ataque al corazón!".

Quizás sí fuera a sufrirlo. Nuestros captores así debieron pensarlo, pues la dejaron sentarse y uno de ellos ordenó a Desna que trajera un vaso de agua de la cocina. Fue un momento revelador, la primera señal de que tal vez esos hombres no eran profesionales, o por lo menos no eran asesinos. Unos tipos verdaderamente duros no se habrían inmutado por la salud de miss Edith ni hubieran tolerado su histeria. La hubiesen usado como ejemplo para el resto pegándole un tiro, o abriendo su cabeza con el hacha.

También observé que eran muy jóvenes. El de la pistola debía tener unos veintipico, pero los otros dos eran adolescentes y todos estaban muy nerviosos. Eso me reconfortó. Quizás no debió ser así, pero lo hizo.

Nuevamente pensé: "Si mantenemos la calma, podemos salir bien de esto".

(continuará...)

1 comentario:

Javiera dijo...

Buenisimo, Steve. Tuve que leer la etiqueta entera para recuperar qué era esto. Son traducciones tuyas?

Muy conmovedora la historia del señor Cash, cruzada por la influencia de los hermanos. Deberíamos hacer un tratado sobre eso.

beso!

J.