27.2.08

man in black 4

El asunto entre nosotros y el algodón era el siguiente:

Sembrábamos nuestras semillas en abril. Y si trabajábamos lo suficiente y el Mississippi no se desbordaba y la plaga de insectos defoliadores no pasaban por ahí y no nos visitaban otros desastres naturales, para octubre ya teníamos nuestras primeras plantas de cuatro pies de alto.

Empezábamos a juntar algodón en seguida, aunque la recolecta no era eficaz hasta que una helada despejaba las ramas dejando al descubierto los capullos. El trabajo seguía hasta diciembre, cuando llegaban las lluvias invernales y el algodón empezaba a oscurecerse y depreciarse.

El nuestro era de la variedad Delta Pine, así llamado por sus largas fibras, mucho más largas que la mayoría de algodón comercial cultivado en esa época en Estados Unidos. Nuestro terreno era ideal para el algodón, y en nuestros primeros años allí, antes de que la tierra comenzara a volverse yerma, nuestra producción fue sobresaliente. Recuerdo que Papá fanfarroneaba diciendo que salían dos fardos por cada de acre, algo desconocido en otras partes del país.

De verdad, no era un trabajo recomendable. Acababas exhausto, te dolía la espalda y las manos se te llenaban de cortes. Eso es lo que más detestaba. Los capullos eran afilados. Y a no ser que te concentraras, te cortabas los dedos. A la semana tus manos quedaban cubiertas de pequeñas heridas rojas, algunas bastante dolorosas.

Mis hermanas no podían soportarlo. Se acostumbraban, claro. Pero a menudo las oías llorar, especialmente cuando todavía eran muy pequeñas. Practicamente todas las chicas que yo conocía en Dyess tenían los dedos marcados.

Lo cierto es que tras aquellos primeros años de producción espectacular, la calidad del algodón decreció mucho. Y con mucha suerte lográbamos sacar un fardo cada cuarenta áreas, cuando lo normal eran diez por cada chocientas.

Así, muchos granjeros de Dyess empezaron a vender sus propiedades. Pero Papá no. Papá siguió adelante. Fue a la Farm Home Administration y firmó pagos por la granja colindante. Y aunque esto no ayudó mucho porque el terreno era de inferior calidad al nuestro, él se las arregló para extraer lo mejor de aquella tierra.

Papá era un duro trabajador. Y astuto a la hora de sembrar sus campos en rotación para así mantener la tierra aireada.

Sus manos estaban tan mal como la de cualquiera de nosotros. Pero él se comportaba como si no lo supiera.


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