16.7.12

Que ya haya pasado una semana sin que ni siquiera haya podido asomarme a este blog, a contar un poquito cómo viene la cosa, habla un poco del tema. Estoy en Las Vegas, nunca vi tanta luz y escaleras mecánicas y carteles de neón juntos. Y estoy fascinado. Me gustaría empezar hablando de LA, donde estuve una semanita entera y recién en los últimos días pude desentrañar el gran misterio de las autopistas. Con coche de alquiler pero sin GPS, la aventura de autoconducirse por LA y los mil y un neighbourhoods se hizo cuesta arriba. Pero resultó. Con Caro comentábamos: apegarte a los mapas hace que termines conociendo la ciudad mejor. Que palpes el mapita aferrado a tu dedos un martes de madrugada porque la freeway te depositó maliciosa en otro lugar, no tiene precio. Y que al día siguiente te encuentres con Ryan Adams, obviamente de casualidad, en Amoeba, cuando justo hablabas de él, menos que menos. Lo salude, me saludó. Hablamos un lindo rato mientras revisaba unos vinilos y bueno, obviamente le pedí una foto. El con cara de chico malo; y yo, con mi típica de feliz cumpleaños. Un clásico. Ya contaré más en otro post. El clima, como dicen, es maravilloso. Hace calor, claro. Pero seco. Y la cantidad de estímulos y situaciones y lugares y palabras (esas benditas palabras en inglés, marcas que conocías y que conocerás) no se acaban nunca. En un momento parece que no va a hacer falta hablar en inglés jamás. Todos somos latinos y nos conocemos. Pero tambien están las comunidades indias, arabes, taiwanesas, y ahí sí, el inglés es la regla. De todos modos, el español, no te digo que manda, pero anda por ahí. Y siempre con mexicanos o con salvadoreños; muy poco con inmigrantes de otros países latinos y practicamente nunca con argentinos. Deben estar todos en Nueva York, Boston o Maimi, supongo. Nunca LA. O San Diego. O Las Vegas. Sí en la costa este, ese horizonte de posibilidad del argentino que descarta Europa. La intelectualidad clase B y el nuevo rico clase A. Unidos. En la misma franja horaria. Cuando entré en esa disquería, casi por inercia, en el barrio bohemio de Ocean Beach de San Diego, casi que me empezaron a caer las lágrimas. Estaban todos, casi absolutamente todos, esos discos de Steve Earle, Smog, Drive-by Trackers, Bonnie Prince Billy, Lucinda Williams y Son Volt que durante tantos años había escuchado en mis descargas de mp3 pero sin tener posibilidad de tenerlos de verdad, en mis manos. Con sus vívidos artes de tapa o sus rasposas cajitas de plástico. Y a precios relativamente buenos. No te digo que gasté todos mis ahorros, pero casi. Eran todos discos usados, pero en impecable estado. Y realmente me sentí como esos alcohólicos en recuperación que un buen día caen casi sin buscarlo en una licorería (y creánme que acá, en EE.UU., las hay muy buenas) y literalmente no pueden sacarlos de allí. El hippie rocker que atendía, viejo lobo de mar, me hizo un buen descuento y yo me retiré con una sonrisa de oreja a oreja. A disfrutar de la playa, la liviandad y la vida en bermudas y remera. Colección completa de Steve Earle, aquí estoy, aquí estás, al fin juntos.
 




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