17.7.12

Si en LA los bomberos pasaban pisteando cada cinco minutos, en Las Vegas el tope en el ranking se lo llevan las ambulancias. Y tiene sentido, si lo pensás. Como comentaba ayer, nunca vi tanto cartel de neón junto y tanta ansia de consumo. Y dicen que están en recesión! La megalomanía también viene acompañada de pequeños lujos urbanos, como arcos de escaleras mecánicas que comunican las bocacalles y a los hoteles-casino entre sí, y reproducciones en "miniatura" de la torre Eiffel, la pirámide de Keops o los canales de Venecia. El pecado del mundo cabe en estas diez o quince cuadras de la Strip (después está la ciudad civil, digamos) y por unos segundos, que fueron bastante rápido en mi caso, pensás que podrías quedarte a morir ahí entre la lujuria desbordante que te rodea. Es tentador, creánme. Y tiene su gustito imaginarlo. Pero la vida sigue (siempre sigue, aun cuando nos vamos) y bueno, pronto pensás en otras cosas. Lo de siempre. Lo que te mueve y no podés soltar. Condenado por tu propia vocación. El otro día, al regreso de una vuelta por la Sunset Boulevard (estoy hablando de LA, claro) surgió una charla con el policía (estaba de uniforme y la placa no dejaba espacio para la duda) que hacia gurdia en el Days Inn donde parábamos. Nos habíamos tratado un par de días antes cuando, curioso por qué lugares estábamos visitando, nos retó por no haber ido todavía a Laguna Beach, según él, la mejor playa de LA. Con Caro ni habíamos escuchado hablar de ella y sí, obviamente, de Malibú, Long Beach, o Venice Beach, la más rockera y relajada por lejos. Pero de Laguna Beach, ni noticias. El pibe (tenía pinta de pibe y después nos enteramos que tenía 24 años) no sólo nos encominó a que fuéramos a es playa en particular sino que nos dio una serie de otros tips de la ciudad que nos resultaron de mucha ayuda. En general, eso no pasó seguido: recibir consejos buena onda sin pedirlo, y muchos deseos espontáneos de que nos fuera bien. El tema es que fuimos a la famosa Laguna Beach, nos gustó mucho obviamente (tenía un espíritu californiano mucho más a la vista) y luego, cuando volvimos, le comentamos la experiencia. Charla va, charla viene, le terminamos preguntando lo típico: de dónde era. Porque no hablaba castellano, o sea no era latino, pero yanqui tampoco. Yo apostaba a que fuera de la colectividad india, que es muy numerosa en LA. Pero no, nos dijo que era iraquí. Silencio. Iraquí, vigilante del orden, Estados Unidos. La verdad, el chabón me caía excelente y no tenía ganas de caer en una charla sobre la supuesta necesariedad de la intervención yanqui en Iraq. Porque eso fue lo que errónamente pensé que se venía a continuación. Pero en lugar de eso, nuestra amigo (nunca le pregunté el nombre y lo lamento) nos contó sobre Bagdad (caundo le comenté que Bagdad era una de esas grandes ciudades de la humanidad, a lo que él me respondió: lo era, amigo) y a continuación pasó a contarnos en breves palabras lo que había vivido, la pérdida de amigos y familiares, y lo más terrible, la pérdida irreparable de una nación: más de dos millones de personas muertas desde comenzada la guerra. Nos lo comentaba con angustia en los ojos pero sin odio. Simplemente con dolor. Para él, Estados Unidos había cometido una gran injusticia ("Nunca encontraron las supuestas armas de Saddam", remarcó), un crimen, pero no amalgamaba a todo el país bajo esa responsabilidad. "Obama hizo muy bien en retirar las tropas, ojalá lo reelijan, pero no creo. Acá nadie le interesa la política". Con Caro nos mirábamos: estábamos teniendo la conversación política más inesperada con un agente estatal del orden americano. Politizado, demócrata y antimilitarista! "Claro, estamos ante un caso de asimilación positiva: inmigrante de país sojuzgado que se identifica con su nuevo hogar por el lado progre", podría haber dicho un sociólogo mas o menos bien rumbeado. Y yo seguramente habría estado de acuerdo. Pero hubiera sido otro error. "Solo espero terminar con los estudios que vine a cumplir acá para después irme", nos dijo poco antes de terminar la charla. "No sé a dónde. Pero me voy". O sea, asimilación en el sentido que creíamos, poco y nada. El poli iraquí nos daba otra lección y nosotros aprendíamos contentos. Supongo que para esto también sirven los viajes.



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