30.4.08

man in black 6 (jack 2)

Fue el 12 de mayo de 1944, un sábado por la mañana. Habíamos planeado ir de pesca, pero Jack quería pasar primero por el taller del instituto, donde trabajaba cortando encinas para postes con una sierra de mesa.

Parecía indeciso. Agarró una de las sillas de la sala de estar y empezó a darle vueltas haciendo equilibrio. Yo tenía mi caña de pescar apoyada en la puerta. Salí y le dije: "¿Vamos?".

"No", me dijo, sin mucha convicción. "Tengo que ir a trabajar. Necesitamos la plata". Ganaba tres dólares al día.

No recuerdo que papá estuviera en casa, sólo que mi madre dijo: "Jack, no pareces muy convencido de querer ir". Y que él le contestó: "No, no lo estoy. Presiento que va a pasar algo".

"No vayas, por favor", le pidió ella. Y yo la seguí: "Dale, vamos a pescar juntos". Pero él seguió en sus trece: "No, tengo que hacerlo. Tengo que ir a trabajar. Necesitamos la plata". Finalmente, dejó la silla en su lugar y con tristeza cruzó el umbral. Recuerdo que mi madre salió a la puerta a ver cómo nos íbamos. Nadie dijo nada, pero ella nos vigilaba. Normalmente no lo hacía.

El silencio duró hasta que llegamos al cruce donde se bifurcaban los caminos: uno en dirección al centro del pueblo y el otro hacia nuestro habitual lugar de pesca.

Jack empezó a imitar a Bugs Bunny: "¿Qué hay de nuevo, viejo? ¿Qué hay de nuevo?", repetía con esa voz muy graciosa, algo típico en él. Pero comprendí que su alegría era falsa. Le insistí: "Dale, Jack. Vamos a pescar".

"No", me contestó otra vez. "Tengo que ir a trabajar".

Y eso fue lo que hizo. Marchó hacia la escuela, y yo bajé hasta nuestro lugar de pesca. Mientras se alejaba escuché que seguía con la broma de Bugs Bunny.

Llegué a nuestro lugar de pesca y pasé un buen rato sin tirar el anzuelo al agua. Finalmente, lo hice. Pero sólo para jugar un rato. Ni siquiera intenté que algún pez se enganchara. Era raro.

Después de un rato saqué la caña del agua y me tiré en la orilla. Pasó mucho tiempo hasta que recogí la caña y emprendí el regreso a casa. Recuerdo que caminaba lentamente, más de lo acostumbrado.

Cuando llegué a la bifurcación donde había dejado a Jack vi a papá en auto. Un Modelo A, creo. El auto del predicador. Se detuvo junto a mí y me dijo: "Dejá la caña de pescar y subí al coche, JR. Nos vamos a casa".

Me di cuenta de que algo iba muy mal. Quería traer la caña conmigo, pero papá tenía un un aire tan desesperado que obedecí.

"Qué pasa?", pregunté.

"Jack se hizo daño, de verdad", dijo.

No agregó nada más y yo tampoco le pregunté.

Cuando llegamos a casa, a un kilómetro y medio del cruce de caminos, me dijo: "Vamos a la casa de ahumados. Hay algo que quiero mostrarte".

Y sacó de una bolsa papel madera las ropas ensangretadas de Jack: la camisa, los pantalones, el cinturón. Extendió la ropa en el suelo y me señaló por dónde había cortado la sierra. Desde las costillas hasta la ingle pasando por el vientre.

"Jack se hirió gravemente con la sierra", me dijo. "Tengo miedo de que lo perdamos".

Entonces rompió a llorar. Era la primera vez que lo veía o lo oía llorar.

"Está en el hospital del Centro. Ahora vamos a ir a visitarlo. Puede que nunca más lo veamos vivo".

26.4.08

si viviéramos otra vida

Si viviéramos otra vida
cantaríamos temas de Javier Martínez
y de Tanguito
Te invitaría a pasear por Recoleta
y tomaríamos un café en La Biela
para acordarnos de nuestros padrinos exiliados
en México o Brasil.

Seguro, ¡seguro!
estaríamos un poco más gordos
y los bizcochitos acompañarían
nuestras tardes

Obviamente nos reiríamos de los cacerolazos
de los que nos piden que recapacitemos.
y pensemos en el bien de la República
la corrupción de la política
la soberbia que le hace tan mal al país.

No tengo nada que esconder
no me sobra nada
te extrañaría
en esa otra vida.

Daríamos una vuelta al perro
en el río Luján.
Compraríamos naranjas y peras
en el puerto de Frutos
tal vez algún sillón de mimbre
o la mesita de luz que nos falta.

Te acompañaría en tus proyectos
y te diría:
no lo escuches a ese que te habla mal
que te tiene bronca porque sos mujer

Caminarías descalza por Villa La Ñata
y escucharíamos el Mundial por la radio
la voz romana de Victor Hugo
que nos alertaría
sobre los tramposos
los que no conocen el honor
la manera digna de perder

Me encantaría verte con el pelo atado
y en sandalias
llevando mi gata en andas
avisándome que el mate ya está
y que por allá donde vivís
la gente te abre la puerta
si la necesitás.

Me dirías óyeme, te pido óyeme
imitando esa canción de Tanguito
que Alejandro Medina canta tan bien

Seguramente, si viviéramos otra vida
estaríamos juntos
nos reiríamos de nuestros defectos
de lo que quisimos
pero no pudimos ser.

17.4.08

peronistas

ya nadie pasea por Lavalle y Florida

Hace frío y la ciudad se llena de humo. Antes fueron los mosquitos. Y antes la neblina. ¿Qué toca después? ¿La escafandra y los mamelucos? ¿Los trajes impermeables tipo el Eternauta? A veces pienso que todo es un gran malentendido. Que mientras yo estoy acá escribiendo esto, vos estás allá, llenándote de gloria y una felicidad que teníamos y se nos enquistó. Es mentira que no sabemos caminar a tientas. Si hay que cerrar los ojos y bordear el abismo, lo hacemos. Ya nadie pasea por Lavalle y Florida. Sólo los locos y los turistas. A veces, algún presidente latinoamericano. Todavía me acuerdo de esas rutas que se perdían entre montañas. De la combi que nos llevaba a un club con pileta y quincho. Y de ese chofer que tarareaba Tarzan Boy como quien grita un gol de Olimpia o la selección de Honduras. Estábamos tan cerca y a la vez tan lejos... Si cortan los caminos y tosemos es por vos.

15.4.08

man in black 6 (jack 1)

¿Saben lo que es una caseta para ahumados? Es una construcción de madera, de unos cuatro metros de largo por otros cuatro de ancho, que se usa para ahumar carne. Todos los que vivían en el campo, a no ser que fueran extremadamente pobres, poseían una caseta de ahumados. Estabas obligado a tener una sino querías que la carne se te echase a perder.

En la caseta para ahumados fue donde Papá, serio y extraño en su dolor y asombro, me enseñó las ropas ensangrentadas de Jack.

Jack era mi hermano mayor y mi héroe. Mi mejor amigo y compañero. Mi mentor y protector. Nos llevábamos bien, Jack y yo. Éramos felices juntos. Lo amaba. Lo admiraba de verdad.

Era un chico muy maduro para su edad, reflexivo y constante. Alguien en quien podías confiar. Tenía tanta vida interior, tanta espiritualidad, que cuando murió y anunció que había sentido la llamada de Dios para convertirse en ministro del Evangelio, nadie se planteó cuestionar su sinceridad ni la legitimidad de su decisión. Jack Cash hubiera sido un buen ministro: todos en Dyess estaban de acuerdo en eso. Cuando lo recuerdo a los 14, la edad en que murió, lo veo como un adulto, no como un niño.

Tenía un claro y juicioso entendimiento del bien y del mal. Pero también era divertido. Un gran compañero de pesca y un colega en todo momento, que estaba en excelente forma, prácticamente perfecto en lo físico, un potente nadador y un veloz corredor. Todos los chicos trepábamos los árboles como ardillas, por supuesto. Pero él era excepcional: lo bastante fuerte como para trepar una soga sin siquiera usar los pies.

Eso me impresionaba porque yo era débil, flaco y huesudo, sin apenas fuerzas. Cuando Jack cumplió 14, yo ya fumaba desde los 12. Le robaba cigarrillos a Papá o se los mendigaba a los otros chicos. Incluso a veces compraba y los armaba muy bien, era un consumado fumador. Sabía que era nocivo y autodestructivo, porque lo decía el predicador y porque resultaba obvio. Pero nunca fui de los que permiten que tales consideraciones se interpongan en camino a la ruina.

Jack estaba al tanto de que yo fumaba y no lo aprobaba en absoluto. Pero no me criticaba. De hecho, el día que murió, había estado fumando delante suyo.

8.4.08

Mientras los demás leen en voz alta vos me enseñás a chasquear los dedos. Así, ¿ves? Así. Yo te sigo, pero no es tan fácil, porque en un momento vos misma me agarrás la mano y me explicás. ¿Nunca nadie te enseñó? Se trata de frotar. De dejarse llevar, decís, pero no podés contener la risa. Y yo me acuerdo de Bogotá. De la combi que nos pasaba a buscar esas mañanas destempladas. De cómo cántabamos Tarzan Boy y nos perdíamos en esas rutas que se deshacían entre las montañas, la tierra caliente y la humedad. Por eso, si alguna vez tengo que recordarte, prefiero recordarte así: entre risas, enseñándome a chasquear los dedos. Afuera hace frío y la ciudad se llena de humo. A veces siento que todo es un gran malentendido.

6.4.08

era el silencio

"Jamás el peronismo tuvo tan pocos D'Elías". Creo que es una buena frase. Una frase importante. Tal vez el comienzo de una novela. Hace poco un amigo escritor, joven y decidido, con palabras que pegan de verdad en cada cosa que escribe, me dijo: "Yo defiendo este modelo, el 3 a 1, el que me dio trabajo a mí y mis amigos". Sus amigos no son sólo sus amigos, se entiende. Es la patria. El país. Los que queremos. El pibe que vende estampitas en Retiro. El Chiqui de Okupas. Los hinchas de Racing. Orteguita. ¿Y si de verdad el amor fuera algo más grande? ¿Algo que va más allá de una relación de pareja, como me insinuó un músico gorrión, sensible y destruido? "Él amor que le puedas dar una persona depende de ese otro amor, más grande y universal", me dijo la otra vez mirando a cámara. Se acababa de separar y le tocaba hablar sobre eso que no sabe, pero que ya nos enseñó tanto. Yo simplemente callé y lo dejé pronunciar. Era el silencio.