29.1.13

Highway Patrolman. O el tema que juntó a Bruce, Sean y Viggo, y casi los vuelve amigos

Resulta que para esa época, principios de los ochenta, Sean Penn ya era un joven talento, aunque obviamente desconocido, que se llevaba el mundo por delante con esa prepotencia algo entradora de no dar marcha atrás ni aun cuando todo le indicaba lo contrario. Estaba convencido en ser actor pero, al mismo tiempo, una porción importante de ese mundo le parecía hipócrita y le generaba desconfianza. Y la fama repentina que consiguió con Fast Times at Ridgmont High (un clásico de las pelis de highschool) y su personaje de Jeff Spicoli (un estudiante vago y fumón que se la pasaba repitiendo la palabra 'dude' y contagió el latiguillo a 3/4 de la nación adolescente estadounidense), no ayudaba a diluir esa desconfianza. Evidentemente, no era eso lo que buscaba para su carrera. Por suerte, para la misma época conoció a una chica llamada Pam que resultó ser… la hermana de Bruce Springsteen. Se pusieron de novios y un día reciben el llamado de Bruce que la consulta a Pam por un asunto particular: un disco raro, acústico, registrado enteramente en su casa, en una portaestudio, que no tenía nada que ver con todo lo que venía haciendo hasta entonces. Al parecer, Bruce estaba un poco cansado de la parafernalia que había vivido últimamente (y eso que todavia no habia grabado Born in the USA) y, casi sin darse cuenta, había terminado grabando unos temas sobre estos personajes oscuros, perdedores y del bajo mundo, que no podía registrar de otra manera que no fuera artesanal y precaria. Apenas una guitarra, una armónica y una voz: Nebraska. Pero como era un cambio muy drástico en su carrera, y Bruce, como todo tipo criado en un ambiente común, de valores comunes, tenía cierto miedo al rechazo de la industria (no por comercial sino por sencillo sentido de la ubicación), la llamó a su hermana Pam y le hizo escuchar por teléfono algunos de los temas. No recuerdo si después le mandó también un casette o la escucha fue solo por teléfono. Pero sí que en un momento Pam le hizo escuchar los temas a su novio, Sean, y que él se copó puntualmente con un tema, "Highway Patrolman", sobre la historia de dos hermanos, uno ex combatiente de Vietnam y luego policía, y el otro chorro sin más, que sin embargo se sentían muy unidos. La letra del tema cuenta un poco el conflicto del policía respecto a su hermano a quien quiere con todo el alma pero se ve obligado a perseguir e incluso --tal vez-- quitarle la vida. Todo eso y mucho más cuenta la canción (porque el Boss es un gran letrista, lo sabemos) y Sean Penn le dijo a Bruce que algún día filmaría una película con esa canción en particular. Y con él mismo como director. Su primera película. Una temeridad, si se tenía en cuenta que en ese momento, Sean Penn, apenas podía soñar con ser Jeff Spicoli, quizás lograr un papel más serio, y no mucho más. Bruce contó tiempo después que lo escuchó atentamente y que lo tomó como un elogio copado del novio de su hermana, pero no mucho más. Al poco tiempo, obviamente, olvidó el asunto. Hasta diez que años después, en 1991, cuando Sean Penn —que ya era noticia habituarl por ser es ese patotero idealista que metían en la cárcel cada dos por tres por pelearse con los paparazzi y tirar por la borda su fama “de mejor actor de su generación”— estrenó The Indian Runner, su ópera prima sobre dos hermanos que se aman pero están condenados a matarse (dato de color: el chorro es un jovencísimo Vigo Mortensen), y se acordó inmediatamente. Recordó aquella promesa. Y, supongo, se congratuló por haberle motivado a Sean Penn semejante historia. La película le fue bastante bien, tuvo muy buenas críticas y hasta hoy sigue siendo considerada por muchos críticos como el mejor film de Sean Penn como director. En tanto Highway Patrolman, el tema, hoy es una perlita en los shows de Bruce, esa canción que celebran los fanáticos y que Bruce cada tanto desempolva para recordar ese momento único en que la desilusión colectiva post Carter se le hizo carne en mix con su propia melancolía por la fama no hace mucho adquirida.




(originalmente posteado en las DSessions de mis amigos, los Freelancers)

24.1.13

los que cabalgan (2013)

Cuando alguien olvida
la zanja
también olvida la sangre
que perdió;
el desobediente,
el que vio que era
injusto
volver a esperar.

La paciencia que agotó
Chacho Peñaloza.
La sangre en el ojo
que afloró en López
Jordán.

Tengo una teoría:
si en la escuela
te enseñaran más
la vida de los caudillos,
los pibes
ya no se coparían
tanto
con los ídolos de rock.

O sí.

Se coparían.

Pero los relacionarían más
con outlaw Pete
o Johnny Cash.

Y ya se sabe que los que
cabalgan
se sienten capaces
de todo.

13.1.13

Qué pena
tener
un editorialista gurú
a quien muchos escuchan
como si fuera Rasputín
de a puntas de pie
en la habitación de los enfermos
para dar
siempre
la dósis maligna

11.1.13

-Che, ¿sabés que tengo una remera de Dylan que bastante gente me pregunta si sos vos?

-¿Sí? A mí me pasa lo mismo.

-Jajajajaja.

-En serio, boludo. También me han confundido con Ignacio Copani.

-Mirá. Esa no la tenía. ¿Y con Astrada?

-Con Leonardo Astrada también. Somos muchos los Darín que andamos dando vueltas por ahí


1.1.13

Me habló como si fuéramos amigos. Primero de la película, que no está mal, pero tampoco es el wow que todos siempre esperamos de él. No importa: él siempre está a la altura cuando se trata de actuar. Luego charlamos. De la lo que es actuar, claro, pero también de lo que es sufrir la injusticia, de chiquito, cuando sos nadie e igual te vulnera que "los cancheros" ejerzan la violencia sin mirar a quien. Darín me contó que de pendejo era un tipo flaquito, totalmente golpeable, pero con mucho rechazo a la injusticia. Y a mi me pasaba lo mismo. Cuando estaba en la primaria, relató, había dos grupos: los que se la creían y golpeaban a todo el mundo; y los que no, los que la sufrían. Darín, sin ser un "loser", se unían --como yo, en parte, cuando estaba en la primaria-- a los boludos. No era un tonto, pero prefería estar con ellos a ser "un líder". Y un día, uno de los capos, de los capangas, lo fue a buscar. "¿Quién te creés que sos?", lo espetó, en la plaza céntrica de Paraguay y Libertad, una tarde que ya había vencido una gran fantasía suya: la de un tío experto en karate que le había enseñado unos tomas que lo hacían invencible para todo el colegio (y el mundo) si era necesario. "¿De verdad sos tan grosso?", lo desafiaron aquella vez. Y Darín nos hizo el acting --al fotógrafo y a mí-- ahí mismo, en la Mansión del Four Seasons Hotel. Se recostó sobre las barandas de la escaleras y me graficó tal cual la escena de la amenaza: el pibe éste que siempre lo había amenazado, ya no creyendo absolutamente nada su deidad, y él totalmente entregado, a merced de lo que llegara a venir. ¿Qué le quedaba hacer? Nada, salvo recibir la piña. O, tal vez, reaccionar como la fantasía pedía que reaccionara: como un ninja sacado que saltase ante el golpe y generara, sin preverlo, el miedo absoluto de su rival. Tanto, que el bruto se fuese corriendo y Darín lo empezara a perseguir con la esperanza secreta de no poderlo alcanzar. Mostrar, al fin de cuentas, que todo sigue como es. "Fue en esa época que empecé a desarrollar mi capacidad de mentir", nos contó palabras más, palabras menos. "Años más tarde me lo encontré de casualidad en la calle y me preguntó: '¿era de verdad que eras experto en karate? ¿o era todo chamuyo?'". Hizo una pausa. Sus ojos celestes brillaban como piedras preciosas recién encontradas. "¿Y? ¿Era verdad o no era verdad?", le preguntamos, sin poder aguantarnos el suspenso. Darín echó una carcajada y cerró la historia. Nos había vuelto a encantar sin necesidad de una pantalla.