29.7.12

Y nos fuimos de la ciudad de la moda alternativa, el amor libre, los tranvías de antaño, la contracultura hecha escuela y.... la gente que habla sola. Es increible como simplemente caminar unas cuadras por la Market (no estoy seguro que sea la más concurrida, pero va en diagonal y me lleva hasta la Biblioteca Pública desde donde estoy escribiendo estas líneas) significa cruzarte seguro con con dos o tres "desquiciados" por cuadra; todos soliloqueando andá a saber qué tremendo asunto y obviamente caminando rápido. Nada que no pueda verse en Buenos Aires, es cierto. Pero que acá, al multiplicarse por cinco, se percibe el doble. Y más cuando en LA, Las Vegas o San Diego (a no tantos kilómetros de distancia) no ocurre tan seguido. ¿Qué tendrá San Franciso que a todos los vuelve locos? La semana pasada nos cruzamos con: un flaco haciendo movimientos de ballet en skate que nos arrojó una flecha imaginaria estilo cupido; un negro totalmente en bolas encarándose cuanto especimen vivo andaba por ahí; varias señoras de rulero y botas dark (o algún otro atuendo por el estilo) enojadas por algo o recomendándole al mundo que tenga cuidado con lo que vendrá; ex combatientes pirados, sueltos, con carteles tipo: ¿alguien sería tan amable de convidarme una piedra de porro?; y homeless, muchos homeless, colmando los espacios públicos al calor del movimiento occupy y dando muestra de un problema real: la desocupación. Sé que la última gran crisis que tuvieron los yanquis fue entre fines de los setenta y principios de los ochenta, cuando las intenciones timoratas de Carter sucumbieron ante la restauración neoconservadora de Reagan y la inflación y los desempleados en EE.UU. tocaron niveles históricos, pero esta crisis parece más grave. Es probable que esté teniendo un visión magnificada por el hecho de que muchos homeless se asientan en California a raíz del clima benigno (es lo que me han comentado por acá), pero aun así la presencia es notable y obviamente siembra dudas sobre la recuperación que vienen teniendo por estos lados desde la crisis de 2008 para acá. De hecho, en la tele, en los programas políticos, el tema ecónomico (y sobre todo los benditos taxes) es el gran tema que discuten Obama y Romney (el republican) y el que a veces cuesta entender más, ya que en Estados Unidos, pagar impuestos, suele ser progresivo, al revés de lo que ocurre en Argentina, por ejemplo. Pero bueno, San Franciso quedó atrás, pasamos en vuelo rasante con nuestro rojo Mitsubishi por Big Sur, la gran Big Sur de Henry Miller, y otra vez estamos en LA, la ciudad que por hoy más nos conquistó con sus palmeras tan altas como jirafas, su relax total, sus playas y su sol constante, su abundancia a prueba de recesiones, y sus distintas moviditas, que las tiene, claro que sí. Es normal no entender LA apenas llegás. Y es lógico: el enjambre de autopistas están ahí para quemarte la cabeza si sos novato en el tema. Pero una vez que les encontrás la vuelta, no es para tanto, y los diferentes neighbourhoods empiezan a aparecer más nítidamente, cada uno con su comunidad y su vuelta, pero siempre de sencillo acceso. El nuestro, el barrio que fuimos haciendo un poco propio a fuerza de visitas, comidas al paso, caminatas por los localsitos y demás, es el comprendido entre Echo Park y Silver Lake, un área que queda justo entre medio de Hollywood y el Downtown, antes que la Sunset Boulevar encuentre todo su glamour, y que en el caso nuestros nos sirvió para hacer pie y pispear un poco en esas movidas under que andan buscando hacerse ver en LA y que obviamente no les resulta tan sencillo. Y el rock, el rock, el rock dónde está, sé que me preguntarán mis amigos de El Zaguán y pulentas varios cuando regresemos a nuestra Ciudad. No es tan fácil encontrarlo, amigos. Pero está. Y en el próximo capítulo, en cuanto pueda hacerme de otra computadora gratuita, prometo contarles algo de todo eso.




26.7.12

Obviamente no me iba a volver de San Francisco sin visitarlo a Jonathan Richman. Lo habíamos telefoneado un par de veces (sin suerte) y ya estábamos perdiendo la esperanza. ¿Estaba de gira? ¿No quería saber nada de nosotros? Por suerte la última vez leventó el tubo y ahí no más pasó a buscarnos por una disquería de discos usados sobre la Haight St. Apenas lo vimos llegar nos abrazó fuerte y nos preguntó en castellano cómo nos encontrábamos. El estaba flaco, sonriente, con una barba al ras de no más de dos días y unas extrañas rayas amarillas, como de pintura, en la cara. Más tarde nos dimos cuenta de que no era más que azafrán, producto de una sopa que había estado preparando. Nos pusimos a caminar con él y Caro, y nos contamos un poco cómo iban los días acá en California. Yo había podido cartearme un par de veces desde su visita a la Argentina (la primera de su carrera) en abril de 2010 y la buena onda se mantenía desde entonces. Jonathan, como bien suponen, es un tipo que si no tienen ganas no habla, si se aburre se va, y si le cae mal algo que dijiste sencillamente te lo dice. Tiene algo de niño, de artista que siempre hizo lo que quiso (y basta repasar su carrera para comprobarlo, sobre todo respecto a la industria y el mercado) y de ermitaño de ciudad. O sea, varias de las cosas que a priori siempre me cayeron un poco pesadas de un músico. Pero que en el caso de Jonathan (como en la de otros, es cierto) me resultan naturales y nada molestas. Yo también le caigo bien por algún motivo extraño. Y luego de aquella gira del 2010 donde compartimos varios momentos tuvo un par de gestos de amistad conmigo, como haber arrancado una comunicación por carta, por ejemplo, e intercambiar algunos comics under de San Francisco y Argentina (Jonathan no usa mail y no tiene computadoras). Y todavía tiene presente su visita a Buenos Aires porque una de las primeras cosas que nos preguntó fue cómo andaba Guerrín, "ese mall de pizzerías". Como otros rockeros de visita (Thurston Moore, los Pavement), se había quedado impresionado con las pizzas argentinas y, sobre todo, con los lugares más tradicionales donde las hacían. Aquella vez, luego de su show en el Irreal, habíamos pedido unos grandes de muzzarella en la atestada planta alta de Guerrín y Jonathan, antes de retirarse, había saludado uno por uno a todos los cocineros. Ayer el sol tímido de San Francisco no daba para comer afuera (nunca hace verdadero calor de este lado de la bahía) y JoJo nos propuso almorzar en su casa. "Queda en las colinas", nos dijo mientras nos señalaba en dirección al lugar. Y para ahí fuimos. Guiándonos a través del tráfico con su camioneta pasamos por un barrio cercano a la Chavez Av y al barrio gay, y llegamos a su hermosa pero sencilla casa de una planta, arquitectura victoriana (como casi todas en SF) y huerta en el jardín trasero. Los gatos (tres) andaba por ahí. Y su esposa, nos contó, se encontraba trabajando. El living, la cocina, la sala de estar (todos conectados en un gran espacio interior) tenían un desorden sutil. No en el nivel para incomodar una visita, pero sí como para dar la sensación de que la estricta organización no era la prioridad principal. Antes de llegar habíamos conversado de cómo andaban las cosas por acá y Jonathan muy sardónico, en referencia al cuidado ambiental y el cambio climático, nos dijo: "Se están haciendo algunas cosas, pero too late, too little. Y un día nos vamos a levantar y la naturaleza simplemente nos va a decir: hasta acá llegamos. Y sin consultarnos qué nos parece". En la casa, la charla fue por otro lado, la música básicamente. Jonathan se puso a revolver su (pequeña) colección de discos y nos mostró algunos de sus ídolos: Claudine Clarck, una negra de la época de los smash hits de los sesenta; Fred Neil, un cantautor folk, en la senda de Townes Van Zandt, que supo enseñarle algunos yeites a Tim Buckley (y según Jonathan, al mismo Dylan); y los Amaya, un dúo madrileño de flamenco moderno. Jonathan, que hasta ahí venía tranqui, empezó a tomar calor a medida que pasaban las canciones (no lo culpo, a mi me pasa lo mismo cuando le muestro música a mis amigos) y lo que era una tarde de ocasión pronto se convirtió en una pequeña muestra de Jonathan te vas a emocionar. El tipo buscó su guitarra, volvió con nosotros y ahí nomás se puso a tocar sobre los temas que sonaban en los vinilos con baile característico incluído. Una chica, hija de una amigo suyo, que también estaba esa trade, le preguntó por la importancia de Claudine, que con su rock n roll podía levantar cualquier fiesta. "No había tal cosa como 'importancia' en aquella época. No había entrevistas a los músicos en las revistas, ni siquiera había reviews de los discos. No eran necesearias porque nadie se las tomaba en serio. Ni ellos mismos. Y eso era lo más lindo", le contestó. Con Frede Neil, se puso algo más taciturno: "Nunca le interesó hacer una carrera. Tocó estas canciones y después se retiró. No sé qué pasó después". Estaba realmente emocionado con las canciones que iban pasando. Y era evidentemente que, en un punto, hablaba de él. Un tipo que tampoco nunca le interesó hacer "una carrera" (y por eso los mil discos por año y las giras alternativas y las canciones en español o italiano, todas cosas reactivas a la industria) y menos que menos, en los últimos tiempos, atender al periodismo especializado (reviews, interviews, Spin, Rolling Stone, ¿qué es todo eso?). Con los Amaya se divertió intentando copiar los rasgueos veloces del flamenco y se moría de risa cuando no le salía. "Son unos genios", repetía. "Mi dúo de guitarras favorito". Lo había comprado por recomendación de un amigo español en una de sus giras por la península y era su tesoro. Habremos pasado un par de horas escuchando pasajes enteros de esos discos y de algunos otros, y podríamos habernos quedado así toda la tarde. Jonathan incluso nos tocó dos temas nuevos que había hecho en castellano. Uno sobre una guitarra rubia en contraste con otra morocha, y otro que decía que todos merecíamos una fiesta, "incluso los feos, los pocos graciosos". Dos temas típicamente Jonathan. Su gracia y su sonrisa. Cuando llegó la hora de irnos, nos acompañó a la puerta, con su guitarra, y nos volvió a tocar un pedacito de otro tema. Estaba encendido. Desde el portal, en la cima, podíamos ver el centro de San Francisco; sus edificios y sus perfectas calles perpendiculares. El sol poniendose a lo lejos. Nos despedimos con otro fuerte abrazo. Y nos fuimos. En mi caso, con la sensación de haber compartido una tarde con un Salinger músical.

22.7.12

Pensé que no iba a ser para tanto. Pero cuando finalmente pude comunicarme con mi primo George y hablar después de, no sé, veinticinco años, verderamente se me erizó la piel, me volvió a la mente toda una niñez olvidada pero presente en algún lugar de mi cuerpo. "Hola primo!", me dijo desde el otro lado de la línea con bastante acento yanqui. Y yo no pude evitar recordar cuando me alzaba de chiquito (a mí y a mi hermano) o se dejaba ganar en un pulseada para, inmediatamente después, quedarse horas empatado con su hermano Albert, el reo, en una escena igualita a la de las pulseadas de Stallone (porque ambos eran demasiados fuertes y grandes para dejarse ganar por el otro pero a la vez demasiado amigos para atreverse a ganar a su hermano). Albert, el reo, el fan de AC/DC en los ochenta, y camionero y obrero rocker toda su vida; y George, el correctito, el callado y tímido, el ex marine y guarda parques, el pelo corto y semblante triste pero siempre cariñoso con sus pocas palabras. Los dos, nuestros héroes de la infanci a partir de las historias que traía la tía Nenucha (sí, se llama así) cuando nos visitaba. Radicada en EE.UU. desde los setenta, la historia de Nenucha es muy parecida a la de tantos latinos o argentinos que hoy viven con todos los papeles en regla y como americanos pero que alguna vez fueron polizontes y pasaron hambre del jodido. En el caso de mi tía, luego de un largo trajín que tuvo principio feliz (estadía a todo dar con marido genio de la medicina y director de hospital) pero un desarrollo mucho mas complicado en la cruda Nueva York de los setenta; con mi primo Albert ya interactuando con las pandillas de su ciudad y mi tía mandandolo de prepo a vivir con nosotros, en Buenos Aires, en plena Guerra de las Malvinas. ¿Qué iba a hacer un yanqui de deciseis años, pelo largo y espalda de ropero en ese contexto? Ponerse a laburar en una obra en construcción y convencer a varios de sus nuevos amigos que la posta era Kiss y esa bandita desconocida pero rockera al palo llamada AC/DC. Historias hubo muchas. Como por ejemplo colarse con sus amigos a una fiesta de quince por el balcón y que lo lleve detenido la policía (año '81) o agarrarse del guardabarros de los colectivos para andar más rápido con su skate (again, '81). George, más tímido, lo protegía con el sentimiento desde acá, EE.UU., nunca reprochándole sus diferencias, todo lo contrario. Y también viviendo sus propias locuras, como cuando lo soltaron en Alaska sin más equipamiento que su navaja especial (esa que usaba Rambo) a que sobreviviera una semana como parte de su entrenamiento como marine. O cuando en un subte de NYC, por la noche, le hizo frente una pandilla que había querido afanarle y los liquidó uno a uno. Varias historias, la misma sangre. Y escucharlo, me hizo bien.

21.7.12

Escribiendo a la velocidad de la luz porque acá en San Francisco el segundo de internet se cotiza como su precio en oro (sobre todo si sos visitante y no tenés una credit card con fondos vastos) les cuento que pasar de toda la zona de LA y San Diego e incluso Las Vegas es un pequeño shock, casi que no parecen pertenecientes al mismo estado ni ni siquiera al mismo país. Todas las habladurías de San Francisco que siempre escucharon son ciertas. Que es una ciudad hermosa, que es de las más sofisticadas de EE.UU (y el mundo), que la gente está loca muy loca, y... que es insoportable. Por momentos. Venís tan acostumbrado a que la gente realmente no tenga segundas lecturas de las cosas, que sea más llana y sencilla en todo el resto de California, que cuando llegás a esta ciudad y al segundo ves que una mujer en el subte se acerca a tu novia y le pregunta por los zapatos, dónde los compró, que qué bonitos son, te das cuenta que vas a estar en estado de observación constante. Al menos en la zona de San Francisco que venís conociendo. Que hasta el momento son todas. Lo distinguido y lo pretencioso que te hace recordar todo eso que no te gusta de Buenos Aires, pero que inevitablemente acompaña a lo otro. Lo que amás. Supongo que por acá será igual. Todavía no recorrí la famosa Height St con los sobrevivientes de los hippies y de la contracultura de los sesenta. Hay dos posibilidades. Que esté bueno. O que sea Palermo Soho. En todos caso, si es amigable y suelto, estaré bien. Mientras, las callecitas, las subidas y bajadas, los edificios victorianos de no más de tres pisos de altura, te seducen, sin duda. Y como dijo un mexicano que vive acá desde hace unos veinte años: "Aquí no necesitas carro. Puedes ir a todos lados caminando. Una vez fui por unas semanas a Los Angeles y me deprimí tuve que volverme corriendo. Todas esas autopistas y espacios vacíos. Ese calor asfixiante. No, señor, eso no es lo mío". Y es cierto. Y por eso, a un porteño, como comentaba, le parezca más amigable SF que LA. Por similitud. O aparente similitud. Porque LA, con su relax total, su brillo frivolo de Hollywood, sus playas de todo tipo (la peatonal de la rockera Venice tiene algo de la 3 de Gesell), pero sobre todo, por la calidez sin vueltas de todos quienes realmente hacen la ciudad día a día (los mexicanos, los salvadoreños, los pakis, los taiwaneses, los red necks que siempre andan por ahí), por ahora se lleva mi preferencia. Y no es que San Francisco no sea cosmopolita. Lo es. Pero de una manera que a LA, sin tanta pompa, le sale mejor.



17.7.12

Si en LA los bomberos pasaban pisteando cada cinco minutos, en Las Vegas el tope en el ranking se lo llevan las ambulancias. Y tiene sentido, si lo pensás. Como comentaba ayer, nunca vi tanto cartel de neón junto y tanta ansia de consumo. Y dicen que están en recesión! La megalomanía también viene acompañada de pequeños lujos urbanos, como arcos de escaleras mecánicas que comunican las bocacalles y a los hoteles-casino entre sí, y reproducciones en "miniatura" de la torre Eiffel, la pirámide de Keops o los canales de Venecia. El pecado del mundo cabe en estas diez o quince cuadras de la Strip (después está la ciudad civil, digamos) y por unos segundos, que fueron bastante rápido en mi caso, pensás que podrías quedarte a morir ahí entre la lujuria desbordante que te rodea. Es tentador, creánme. Y tiene su gustito imaginarlo. Pero la vida sigue (siempre sigue, aun cuando nos vamos) y bueno, pronto pensás en otras cosas. Lo de siempre. Lo que te mueve y no podés soltar. Condenado por tu propia vocación. El otro día, al regreso de una vuelta por la Sunset Boulevard (estoy hablando de LA, claro) surgió una charla con el policía (estaba de uniforme y la placa no dejaba espacio para la duda) que hacia gurdia en el Days Inn donde parábamos. Nos habíamos tratado un par de días antes cuando, curioso por qué lugares estábamos visitando, nos retó por no haber ido todavía a Laguna Beach, según él, la mejor playa de LA. Con Caro ni habíamos escuchado hablar de ella y sí, obviamente, de Malibú, Long Beach, o Venice Beach, la más rockera y relajada por lejos. Pero de Laguna Beach, ni noticias. El pibe (tenía pinta de pibe y después nos enteramos que tenía 24 años) no sólo nos encominó a que fuéramos a es playa en particular sino que nos dio una serie de otros tips de la ciudad que nos resultaron de mucha ayuda. En general, eso no pasó seguido: recibir consejos buena onda sin pedirlo, y muchos deseos espontáneos de que nos fuera bien. El tema es que fuimos a la famosa Laguna Beach, nos gustó mucho obviamente (tenía un espíritu californiano mucho más a la vista) y luego, cuando volvimos, le comentamos la experiencia. Charla va, charla viene, le terminamos preguntando lo típico: de dónde era. Porque no hablaba castellano, o sea no era latino, pero yanqui tampoco. Yo apostaba a que fuera de la colectividad india, que es muy numerosa en LA. Pero no, nos dijo que era iraquí. Silencio. Iraquí, vigilante del orden, Estados Unidos. La verdad, el chabón me caía excelente y no tenía ganas de caer en una charla sobre la supuesta necesariedad de la intervención yanqui en Iraq. Porque eso fue lo que errónamente pensé que se venía a continuación. Pero en lugar de eso, nuestra amigo (nunca le pregunté el nombre y lo lamento) nos contó sobre Bagdad (caundo le comenté que Bagdad era una de esas grandes ciudades de la humanidad, a lo que él me respondió: lo era, amigo) y a continuación pasó a contarnos en breves palabras lo que había vivido, la pérdida de amigos y familiares, y lo más terrible, la pérdida irreparable de una nación: más de dos millones de personas muertas desde comenzada la guerra. Nos lo comentaba con angustia en los ojos pero sin odio. Simplemente con dolor. Para él, Estados Unidos había cometido una gran injusticia ("Nunca encontraron las supuestas armas de Saddam", remarcó), un crimen, pero no amalgamaba a todo el país bajo esa responsabilidad. "Obama hizo muy bien en retirar las tropas, ojalá lo reelijan, pero no creo. Acá nadie le interesa la política". Con Caro nos mirábamos: estábamos teniendo la conversación política más inesperada con un agente estatal del orden americano. Politizado, demócrata y antimilitarista! "Claro, estamos ante un caso de asimilación positiva: inmigrante de país sojuzgado que se identifica con su nuevo hogar por el lado progre", podría haber dicho un sociólogo mas o menos bien rumbeado. Y yo seguramente habría estado de acuerdo. Pero hubiera sido otro error. "Solo espero terminar con los estudios que vine a cumplir acá para después irme", nos dijo poco antes de terminar la charla. "No sé a dónde. Pero me voy". O sea, asimilación en el sentido que creíamos, poco y nada. El poli iraquí nos daba otra lección y nosotros aprendíamos contentos. Supongo que para esto también sirven los viajes.



16.7.12

Que ya haya pasado una semana sin que ni siquiera haya podido asomarme a este blog, a contar un poquito cómo viene la cosa, habla un poco del tema. Estoy en Las Vegas, nunca vi tanta luz y escaleras mecánicas y carteles de neón juntos. Y estoy fascinado. Me gustaría empezar hablando de LA, donde estuve una semanita entera y recién en los últimos días pude desentrañar el gran misterio de las autopistas. Con coche de alquiler pero sin GPS, la aventura de autoconducirse por LA y los mil y un neighbourhoods se hizo cuesta arriba. Pero resultó. Con Caro comentábamos: apegarte a los mapas hace que termines conociendo la ciudad mejor. Que palpes el mapita aferrado a tu dedos un martes de madrugada porque la freeway te depositó maliciosa en otro lugar, no tiene precio. Y que al día siguiente te encuentres con Ryan Adams, obviamente de casualidad, en Amoeba, cuando justo hablabas de él, menos que menos. Lo salude, me saludó. Hablamos un lindo rato mientras revisaba unos vinilos y bueno, obviamente le pedí una foto. El con cara de chico malo; y yo, con mi típica de feliz cumpleaños. Un clásico. Ya contaré más en otro post. El clima, como dicen, es maravilloso. Hace calor, claro. Pero seco. Y la cantidad de estímulos y situaciones y lugares y palabras (esas benditas palabras en inglés, marcas que conocías y que conocerás) no se acaban nunca. En un momento parece que no va a hacer falta hablar en inglés jamás. Todos somos latinos y nos conocemos. Pero tambien están las comunidades indias, arabes, taiwanesas, y ahí sí, el inglés es la regla. De todos modos, el español, no te digo que manda, pero anda por ahí. Y siempre con mexicanos o con salvadoreños; muy poco con inmigrantes de otros países latinos y practicamente nunca con argentinos. Deben estar todos en Nueva York, Boston o Maimi, supongo. Nunca LA. O San Diego. O Las Vegas. Sí en la costa este, ese horizonte de posibilidad del argentino que descarta Europa. La intelectualidad clase B y el nuevo rico clase A. Unidos. En la misma franja horaria. Cuando entré en esa disquería, casi por inercia, en el barrio bohemio de Ocean Beach de San Diego, casi que me empezaron a caer las lágrimas. Estaban todos, casi absolutamente todos, esos discos de Steve Earle, Smog, Drive-by Trackers, Bonnie Prince Billy, Lucinda Williams y Son Volt que durante tantos años había escuchado en mis descargas de mp3 pero sin tener posibilidad de tenerlos de verdad, en mis manos. Con sus vívidos artes de tapa o sus rasposas cajitas de plástico. Y a precios relativamente buenos. No te digo que gasté todos mis ahorros, pero casi. Eran todos discos usados, pero en impecable estado. Y realmente me sentí como esos alcohólicos en recuperación que un buen día caen casi sin buscarlo en una licorería (y creánme que acá, en EE.UU., las hay muy buenas) y literalmente no pueden sacarlos de allí. El hippie rocker que atendía, viejo lobo de mar, me hizo un buen descuento y yo me retiré con una sonrisa de oreja a oreja. A disfrutar de la playa, la liviandad y la vida en bermudas y remera. Colección completa de Steve Earle, aquí estoy, aquí estás, al fin juntos.
 




5.7.12

Bueno, me voy a conquistar el Oeste, las viñas de la ira, la fiebre del oro. Nos vemos a la vuelta


4.7.12

Cuando le preguntás alguien si eso que dijo en algún momento se refería a vos y te dice: "El que le quepa el sayo, que se lo ponga", quedate tranquilo que te queda perfecto