14.2.12

sean penn y yo

Sean Penn y yo creemos que el Real Madrid merece ganar la liga. La merecen José y los jugadores.

Sean Penn y yo pensamos que el matadero y la parrilla son crueles. Pero combatir dignamente es honorable. Arte, liturgia, heroismo, valor y poesía.

Sean Penn y yo pensamos que los antitaurinos son canallas incapaces de sentir el dolor de la raza humana que sufre hambre y miedo.

Sean Penn y yo pensamos que los mataderos son la muerte industrial y las plazan de toros subliman la vida como arte y fiesta.

​Sean Penn y yo sabemos que maestros de la talla de Belmonte o Morante son tan artistas como Picasso o Modigliani. Más valientes, incluso.

Sean Penn y yo vamos al médico y nos sacamos sangre. Nos recetan paracetamol y agua.

Sean Penn y yo compramos rosas rococó amarillas y volvemos al suburbio.

Sean Penn y yo pensamos que Watch The Throne merecía nominarse como disco del año en los Grammy Awards.

Sean Penn y yo apoyamos causas nobles y correctas siempre. Tambien defendemos la existencia de las corridas de toros sin lugar a dudas.

Sean Penn y yo escuchamos 50 cent y comparamos barrigas.

Sean Penn y yo pensamos que los honores y la gloria la merecemos mientras estamos vivos y culeando.

Sean Penn y yo necesitamos controversia para que no se sientan vacíos sin nosotros D12 y Eminem.

Sean Penn y yo tenemos cincuenta y panza pero somos el centro magnético universal de occidente con cierto hincapié en la rama femenina.

Sean Penn y yo celebramos y respetamos el mapa político latinoamericano con prudencia y una gran inteligencia.

9.2.12

fina ropa blanca

Hubo dos años, entre mi tercer y quinto año del secundario (del '93 al '95 digamos), que fui fan de Spinetta. Yo iba al San Román, el colegio donde cursaron tres de los cuatro Almendra (incluso iba al mismo turno tarde, división B, que él), y durante no poco tiempo la flasheé de continuador de su legado rockero con las poesías adolescentes que escribía sobre el reverso de los volantes de la calle, la remera blanca de Pescado Rabioso que me hice hacer cuando todavía no había visto ninguna, y mi perorata a favor del Flaco, heredada obviamente de los libros de rock argentino, especie de manuales de una segunda historia oficial. Recuerdo que una de mis rebeldías de aquel momento fue faltar a la cena de egresados que cada fin de año el colegio preparaba con los padres porque... tocaba Spinetta en el Ópera. Mis viejos me lo reprocharon con sus caras tristes, sus ganas de haber querido asistir a esa cena, pero no me dijeron nada. Y yo me sentí tontamente feliz. También, en acciones un poco más piolas, "entrevisté" algunos profesores que lo habían tenido como alumno y conocí la etapa estudiantil del Flaco. Lo mismo cuando me interné en la biblioteca del colegio y fotocopié las poesías adolescentes pero también surrealistas que publicaba para la revista del San Román (alguna vez haré una nota con ese material). Ese Spinetta me sigue conmoviendo. Su inocencia pionera para ser surrealista en un mundo todavía refractario para serlo. Y su personalidad. El lenguaje que sin duda enhebró casi desde su primera canción hasta ayer. Luego, no es que me pasé al otro bando (a veces me dieron ganas, lo reconozco) pero sí dejé de tener esa adoración que muchísimos tienen con sus letras, su voz, sus canciones. Spinetta siempre me pareció un tipo, antes que nada, sensible. Susceptible a la luz, digamos. Consecuente hasta el autismo de sus propios impulsos artísticos. Un irracionalista aficionado al inconciente, lo surreal, lo indecible y, a la vez, un lírico; capaz de una bella hilación de imágenes sensoriales, pero también de versos más abstractos y lejanos. Etéreos. Visto a la distancia es evidente que en aquellos años en que fui fan, justo el período en el que volvió al rock más crudo con Los Socios del Desierto (un trío que nunca me erizó la piel), estaba inevitablemente influenciado por aquel mandato que recibimos todos los que en algún momento nos acercamos al rock nacional. Eso de que Spinetta es el "poeta del rock". "El gran poeta del rock nacional". En mayúsculas y con caracter de bronce escolar. Un dictado que tiene raíces en una idea puramente lírica de la poesía y de las letras. Y que obviamente es falso. Hay infinidad de aspectos de la poesía que el Flaco no quería --ni tampoco evidentemente podía-- abordar. Pienso en lo cotidiano y lo banal como algo significativo. O en el lenguaje de barrio, la experiencia callejera, como potencialmente poético. Incluso en su propio terreno se me ocurren tipos --argentinos, claro, del mismo rock nacional que Spinetta-- que llegaron a lugares por ahí incluso más hermosos o por lo menos más cercanos que él. Pero está bien. No se puede todo. El problema, claro, son los guardianes de la historiografía rockera que sí creían que Spinetta podía todo. Y quisieron convencernos de eso despreciando a los que vinieron después. O a los que están presentes ahora y nos interpelan mejor. Y la prueba está en que aun hoy expresar una idea semejante suena perturbador y hereje. Esos, con el tiempo, me fueron cansando cada vez más. No así quienes simplemente se relacionan con su sensibilidad o se confiesan inermes a su voz. Los que ayer lloraron. A esos, los quiero. Los artistas de verdad siempre tienen parte de su público así. Y Spinetta, está claro, era un artista de verdad. De sus discos no puedo dejar de elegir los de Almendra, Pescado e Invisible (aunque no considero que hayan sido superiores a los de Vox Dei, Color humano o Nebbia en los 70). Y de lo solista me gustan Kamikaze, claro, pero también Fuego Gris, Estrilicia y temas sueltos como "La Montaña", "El enemigo", "Dedos de mimbre" o el que titula este post y es un hit olvidado. De esos que puse repeat y repeat y repeat aquellas tardes en que vivía en un departamento de la calle Mendoza y miraba a las palomas pelearse por el pan desde la ventana de un cuarto de servicio. Me quedo con su convicción y autenticidad. Con la adoración hasta la sutil mímesis que le profesa Juanse. Con su militancia por Ecos y una mejor educación vial que salve vidas. Y con el humor que cada vez que podía (o se permitía) destilaba en sus entrevistas. Bajo nubes en procura de una risa/ solo nubes, en procura de una brisa/ Llevándolas, solo llevándolas. Gracias, Flaco.

3.2.12

cara culo teta

Todos los chabones tenemos un patrón. Una huella digital. Un dibujo único en el iris. El mío es cara-culo-teta.

Una vez se lo comenté a una mina. Mi patrón. Y me miró rencorosa. "Claro, como todos", puchereó. Era tetona.

Sin embargo me crié en Latinoamerica. Honduras y Colombia. Donde la teta es Dios y la cara, ansia de alegría y perfección. ¿El culo? Aficción de marginales.

Anoche, charlando con amigos en una parrilla, indagué en estos patrones. Las distintas rutas para el deseo. Y dos votamos cara-culo-teta; uno, culo-cara-teta; y el restante cara-teta-culo. ¿Por qué? ¿Qué significa?

Creo que un chabón que elige culo-cara-teta se relaciona muy distinto a uno que se fija en cara-culo-teta. Hay una grieta, un abismo, entre ambos. Porque no tengo dudas de que mucho amor de toda la vida, mucho somos hechos el uno para el otro, empezó con algo tan superficial y burdo aunque al mismo tiempo vital como coincidir en un determinado patrón de deseo. O sea: sí, nos entendemos; sí, tenemos cosas en común. Pero todo empezó porque justo pasaste de frente y yo tenía teta-cara-culo como pauta.

Ahora, ¿qué te lleva a preferir cara-culo-teta sobre culo-teta-cara? ¿Qué motiva una cosa u la otra? ¿Sólo el gusto o algo más? No es anodino el problema que planteo. Estoy hablando de pibes que por ahí no le dan una segunda oportunidad a una mina porque... la vieron de espaldas. También descubrí que no está exenta de ideología y cultura la cuestión. Por ejemplo: es evidente que el grado cero, la norma occidental, es cara-teta-culo. Y que la fórmula cara-culo-teta es muy argentina. Una vuelta de tuerca al estandar occidental. Grecia y Roma reformuladas por Olmedo y Pórcel.

Mirando pelis yanquis me doy cuenta, por otra parte, que los johnnys alucinan entre dos patrones: cara-teta-culo y teta-cara-culo (los más zarpados). ¿Y el culo? Te lo debo, gracias. Por eso, supongo, para los adolescentes que crecimos en los 90 era muy difícil encontrar fotos de Pamela Anderson de espaldas. Ella siempre fue puro teta y cara. Al punto que yo llegué a preguntarme: pará, ¿qué onda que no hay una puta foto de Pamela Anderson de espaldas? Hasta que entendí: claro, ellos son teta-cara-culo.

Una excepción (¿que confirma la regla?) sería Jennifer López. Puro culo y cara. Nada de tetas. En yanquilandia. ¿Subversión? No sé. Pero me atrae la idea. Vengan, conozcan a Jennifer López, la avanzada latina línea Olmedo-Porcel en el occidental e imperialista gusto yanqui del deseo. Bancátela y apretá.

¿Y la fórmula culo-cara-teta? Yo creo que es de origen oriental. Que sólo puede entenderse desde Japón. Desde la certeza que sólo habrá pechos pequeños y que los ojos redondos sólo se encontrarán en el manga o el animé (y a mucha honra).

En fin, lo que me queda claro, como dice Fede Simonetti, es que el elige culo-cara-teta es un zarpado. Un soberbio. Un optimista del futuro. Y el que opta por teta-cara-culo (o su variente) ansia el refugio. Volver a ese hogar que lo cobijaba suave y que un buen día no estuvo más. Se fue. Pasó. El que sigue cara-culo-teta, en cambio, ama el hoy. Se relaciona con la mirada, el beso. Piensa: "Nunca, pero nunca, me aburriré de esta cara hermosa". Y sonríe.