10.5.08

hay silbidos que deshonran

Al final casi siempre es lo mismo. Que te preparo el té, que te llevo los apuntes, que no sabés si te toman hoy o mañana. La otra vez, después de ver la última peli de Sean Penn, le decía a un amigo: la opción de largar todo y mandarte a mudar la seguís teniendo, por supuesto. Sólo que ahora te parece ingenuo. O imposible. Pero bien que lo harías. Sin internet, y sin demasiados libros. Sólo algunos de Miller y los que te manden tus amigos, obviamente. No te digo que renegaría del rock -eso sí que es imposible-, pero sí que trataría de parar la pelota. Y empezar de nuevo. Como a los 16, cuando no me animaba a encarar una mina. O a los 24, que lo más divertido era hacerla reir. El resto venía solo, claro. Si vos querías cruzar Luis María Campos no esperábamos el semáforo. Y las veces que te hacía pasar en el subte me mirabas entre sorprendida y asustada. Y está bien, el desubicado, aún sin barba, siempre fui yo. La vida es así: un poco feliz, un poco injusta. El otro día, un cabezón con corte de pokemon, cumplió su deber. Con arte y con clase. En una cancha que alguna vez fue su casa. Hay silbidos que deshonran a los que los profieren.

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