5.12.08

como Romay, pero peor

Ayer nos sacaron de la caverna y nos mandaron como por un tunel a otro lugar. Un lindo lugar. Con ventanales, balcón y mucho verde. Como un spa, pero de hormigón. Digo ayer porque todo sucede más rápido desde que llegamos acá. Pero en realidad debería decir hace mes y medio o dos. Y si le preguntás el mandamás, el que anda con custodia y practica en el jujitzu en el gimnasio, te dice tres. Y en seguida te dice: igual eso no importa. Las cosas son así, como son.

Y coincido.

Me cae bien eso que él dice.

El problema es que no me cae bien él.

La otra vez, por ejemplo, cuando entró echo una tromba a la redacción. Dijo: ¿a dónde está Obama? Dijo: ¿a dónde está Moyano? Dijo: ¿a dónde está Nalbandián?

Era evidente: buscaba roña.

Por más que se hubiese puesto su traje más caro. Y abajo sus cuentas rebalsaran de balances positivos.

Buscaba roña.

Como Romay, pero peor.

Ganas de clavar un despido. Como de hecho, una semana después, sucedió. Pero esa es otra historia.

Ahora silencio. Todos callados. Incluso nuestros jefes de alta experiencia en lugares mucho menos exigentes que este. Lugares donde te queman la cabeza de verdad. Donde te colocan micrófonos secretos y te espían. Lugares así.

Pero yo acá aprendí algo: David y Goliath. Ganarle de mano. Asestar la primera piña.

Ahí está, le señale. Y mi dedo apuntó al televisor.

El émulo de Romay abrió la boca y enmudeció.

Ahí, mágicamente, los de C5N contaban cómo Obama, después de ganar las elecciones, fumaba la pipa de la paz y convocaba a su antigua archirrival, la esposa de Bill, la que iba a ser la primera presidenta yanqui de la historia. Hasta que llegó el negro. Y cantó: ni vencedores ni vencidos.

El tipo no lo podía creer. Justo lo que nosotros habíamos dicho. La mentirosa verdad.

Lo concreto es que por unos días todo volvió a la normalidad. Romay volvió a sus aposentos. Y nosotros a nuestro spa de hormigón.

Ahora, seamos justos. No fue para tanto. Apenas una jugada inteligente para salvar el pellejo. ¿O no?

Me refiero a Obama, claro. ¿Es para condenarlo o para aplaudirlo?

Mmmmmmm.

Obama habla bien. Y a nadie se puede condenar por eso. Aunque... ¿qué importa hablar bien? Hubo una época, en la facultad, en que viví rodeado por gente que se maravillaba por los que hablaban bien. A mí nunca me importó.

Igual, tampoco me sumo a los que descreen de Obama. ¿Vos harías algo muy distinto?

Una vez, en la facultad, en una de esas colas interminables que le encantan generar a la UBA, un compañero que después se convirtió en profesor me dijo: "Yo prefiero que gané Bush. Kerry es más de lo mismo". Yo lo miré con una sonrisa, y pensé: "Claro, centenares de familias en Iraq te lo van a agradecer. Seguro que para ellas también es más lo de mismo, ¿no?".

Ahora, si yo hubiera sido yanqui, no tengo dudas: en la interna hubiera votado demócrata línea John Edwards. El único de los precandidatos que incluyó a los pobres en su temario de campaña.

Los pobres, nuestros queridos pobres.

1 comentario:

Julia dijo...

No me cae bien el zar. Se me hace que se hace el grosso y habla boludeces, de esos que jetonean de más. Nunca será peronista.