2.9.11

¿Qué miedito, no? Nah, no tanto. Algunos nos miramos cuando terminó ese segundo cuarto con Argentina perdiendo por cinco contra Puerto Rico. Nos miramos y en seguida nos dijimos: va a estar todo bien. Y así fue. Era imposible que los Arroyo boys, que hicieron un gran partido, mantuvieran esa intensidad hasta el final. Y era sabido (o esperable, según lo que venimos viendo de este equipo hace ya diez años) que en cuanto sucediera eso, Argentina recuperaría terreno y los pasaría por arriba. Pero bueno, ¿qué pasó hasta ese segundo cuarto? Que la Selección, por primera vez, se enfrentó a su propio favoritismo, en el sentido de que si hoy perdía, mucho de lo ganado hasta ahora en confianza hubiera menguado. La clasificación no habría estado en peligro, obvio, pero sí la senda positiva. Y a este equipo no le gusta entrar en la mala onda. Está claro. Otro tema no menos importante es que tanto Delfino, Scola y Oberto vienen de lesiones y no están al cien por ciento. Físicamente se los ve bien, pero es evidente que les faltaba una seminata más para terminar de afinar la muñeca. Lo de Scola fue evidente: terminó ese primer tiempo con apenas dos puntos, cuando lo usual es que ya lleve 10 o 12 en esa instancia. Estaba errático Luifa y lo mismo Delfino. Y los Ticos, comandados por ese base endiablado que es Arroyo, lo aprovecharon. Por suerte, como ya lo venía comentando en Nacional Rock cuando me sacan al aire (ya pasé por casi todos los programas), apareció Ginóbili, el gran Ginóbili, que aún sin brillar al cien por ciento sacó ventaja de cada mínimo error del rival provando faltas y tiros libres, y se mandó al aro cada vez que la defensa rival parecía infranqueable y se acababa el tiempo. Hoy le comentaba al que estaba al lado: hay que verle la cara a Ginóbili cuando encara. Se le desfigura. Parece un loco. El tipo agarra la pelota, va hacia adelante y, mientras esquiva manotazos, rodillas y piernas, te mete una bandeja imposible si no tenés la convicción de que SOS EL MEJOR y lo vas a demostrar. Nunca había podido ver esa metamorfosis de cerca, cuando Gino pasa en segundos de estratega armadador a hombre rayo, con la cara desencajada por el esfuerzo y la genialidad, te clava ese doble salvador. Y haberlo descubierto en la cancha fue maravilloso. Este Ginóbili nos permitió estar a tiro de Puerto Rico cuando perdíamos. Y después, en el tercer cuarto, cuando Scola y Delfino se acomodaron y Argentina metió un parcial de 16-0, directamente se lució como el ancho de espadas indiscutible que tiene esta Generación Dorada para cerrar el partido 81-74 y otra historia. Gracias, Gino, una vez más. Mañana, Panama. Ideal para seguir afianzando la rotación del equipo y aprovechar ese banco de lujo que tenemos con Pepe Sánchez, Pancho Jasen y Paolo Quinteros. Hasta entonces.

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