10.9.11

Reconozco que cuando el hijo de puta de Barea tiró ese triple pensé lo peor. Me imaginé llorando como hacía años no lloraba por un deporte. Pensé en mis amigos, mis viejos, las mujeres que quise y todos los que aún se preocupan por mí en momentos como estos. Pensé en ustedes. Pero también en los que te consuelan para que les expliques cómo fue que le dedicaste dos semanas de tus vacaciones a un equipo gigante, sí, generación dorada, sí, "pero que fracasó". "Como todos". Los que te dan la palmadita en la espalda y en el fondo piensan "viste, fuiste a una fiesta pero era un funeral". Todo eso pensé (inclusive en este blog: ¿qué mierda iba a escribir?), mientras me arrodillaba contra la baranda de la platea lateral y sólo atinaba a mirar con ojos aterrorizados el partido que íbamos ganando por apenas dos puntos y con la pelota --¡el destino!-- en manos de ese hijo de puta gran jugador de Barea. Putear contra la mala suerte, contra los pájaros del mal agüero y contra este Puerto Rico, un país que adoro, admiro y me seduce como pocos (tienen la cultura latina y yanqui en una sóla tierra y mar, y eso ya es mucho decir), pero que hoy, recién, hace un ratito, les deseé lo peor, todos las catástrofes juntas que se le puede desear a un país. Y no por mí. Por ellos. Los jugadores. ¿Ustedes se imaginan a Ginóbili, Scola, Oberto, Nocioni yendo a una conferencia en donde alguno --nunca falta-- les indilgara que habían fracasado, que habían armado la gran fiesta del velorio ante sus propia gente? Yo no. Pero es lo que hubiera pasado. Y este equipo no se lo merecía. No habría sido justo. O mejor: habría sido una gran injusticia divina. Porque no había otra explicación que echarle a la culpa a Dios. Pasar agnósticos a creyentes blasfemos en un segundo. Por eso, y no por otra cosa, sentí también que este partido no lo podíamos perder. Me explico: durante todo el segundo tiempo (que arrancamos perdiendo por cinco puntos y en seguida se estiró a casi diez) ya había empezado a pensar que podíamos llegar a perder. Y que eso sería una tragedia. Nunca, durante todo el torneo, había considerado una cosa así. Pero durante ese fatídico segundo cuarto (en donde entró Nocioni en una pata y nos salió todo mal) lo empecé a considerar y me asusté. Me morí de miedo. Y seguramente al equipo le pasó algo parecido: ¿qué pasa si perdemos? ¿Qué pasa si... quedamos fuera de los Juegos Olímpicos? ¿Es posible? Era posible. Por eso, mi costado creyente (que lo tengo, ahora me doy cuenta), contrarrestaba: "una cosa así sería ilógica con la historia de este grupo; con todo lo que vivió hasta hoy". Ya saben: los titulos ganados, las epopeyas, la bendita Generación Dorada. ¿Cómo una historia semajante iba a terminar así? ¿Tan triste? ¿Tan... mal? ¡No tenía sentido! Y esa fe en un "sentido de la historia" (al final soy más kantiano que cristiano) fue lo que me mantuvo, al fin de cuentas, con esperanza hasta que terminó el partido. ¡Absurdo! ¿O Necesario? Nunca lo sabré. Lo que sí sé es que cuando ese bendito triple de Barea hizo planc, el tiro rebotó en el aro, y se acabó el tiempo, sencillamente me desplomé y lloré. Lloré por ellos. Y por mí. Por todo lo que me costó venir y cumplir esta promesa de verlos de cerca. Y por toda la gente desconocida y hermana que estaba sufriendo lo mismo que yo. El jubilado que me abrazó diciéndome "viste, pudimos". La joven madre que me levantaba a su beba y me pedía que la bese. El acomodador rompiendo a piñas la baranda. Les puedo asegurar que había un estado de histeria colectiva en el Polideportivo de Mar del Plata en donde el guión más loco de David Lynch podía tener lugar. Habíamos ganado y nada más importaba. Ginóbili, ¡como te quiero Manu!, lo levantaba en andas a Pablo Prigioni y el resto del equipo se sumaba al festejo y todo lo demás daba igual. Yo sé que tendría que comentar aunque sea un poco el partido. Y tengo cosas para decir (no quiero dejar de subrayar el repunte anímico que nos dio el Yacaré, ¡fue milagroso!). Pero eso será mañana. Hoy sólo puedo decir gracias, muchachos, los quiero mucho. Los amo. De verdad. Londres 2012, la tenés adentro. Argentina 81 - Puerto Rico 79.



2 comentarios:

jose dijo...

Emoción total este post, gracias mostro!

lowfirocker dijo...

Este fue el momento deportivo más emocionante de mi vida